La “carrera armamentística” o cómo se llegan a tener fotos macro-extremas de muy buena calidad.

La “carrera armamentística” o cómo se llegan a tener fotos macro-extremas de muy buena calidad.

En algunos comentarios de “mi historia” he dicho que llevo más de 30 años haciendo fotos de plantas (emplear la palabra botánica, dados mis conocimientos, es demasiado presumir)

Debo reconocer que entré a hacer fotos de flores por una crisis de creatividad, no se me ocurría ningún tema interesante, y, por casualidad, hice una florecilla… y llevo esos más de 30 años, obsesionado con en el tema.

Más o menos coincidió la cosa con un pequeño golpe de suerte, unos dineros extras con los que no contaba, y realmente empecé mi archivo botánico con una cámara Mamiya 645 (ya nunca más volví al formato 24×36)

Ciertamente, mis conocimientos de fotografía eran limitados, autodidactas, recogidos en artículos de revistas y algunos libros de fotógrafos ilustres. Había “aprendido” con una cámara de 35 mm y había hecho algo de macro con anillos de extensión. La Mamiya 645 ya la compré, directamente, con un objetivo macro que me resultó totalmente insuficiente, la calidad era correctísima, pero yo “exigía más”. Para los fotógrafos de hoy, digitales todos ellos, quiero hacer notar que estoy hablando de principios de los 90 cuando el “apilado” ni se le conocía, “ni se le esperaba”. También esta época coincidió en que pasara a dar clases de fotografía en un instituto de Imagen y Sonido lo que me aportó bibliografías de las que yo desconocía su existencia y donde me sentí en la necesidad de superarme a mí mismo, en la necesidad de enseñar algo más que un escueto programa.

Fue cuando aprendí el funcionamiento de la cámara técnica, cuando me enteré de las leyes de Scheimpflug, cuando, después de haber invertido el sueldo de casi dos meses de trabajo en mi Mamiya 645, descubrí que la cámara que yo realmente quería valía 5 o 6 veces más (por descontado que no había ningún otro “pequeño golpe de suerte” ni ningún otro dinero extra) y que no me la podía costear… ¡fue el momento exacto de empezar mi larga vida de chapuzas!

Hice un experimento, interesante, que fue comprar de enésima mano una cámara técnica “Calumet” por cuatro chavos, la foto que encabeza este artículo, y un objetivo “profesional” para foto de estudio, un Apo-Symmar 135/5,6, francamente bueno (por el estado actual, visible en la foto, no hay duda de que está más que amortizado… ¡y sigue en activo!)

La mejora en definición fue espectacular, dejé de estar sujeto a las limitaciones del objetivo y pude empezar a mejorar la profundidad de campo.

En fotografía, el enfoque es una parte importante del lenguaje. Para los paisajistas es el menos básico de sus recursos, puesto que una gran parte de sus imágenes se enfocan a infinito y hasta se pueden permitir recurrir a la hiperfocal. Para los retratistas se convierte en imprescindible, ya que la expresión de unos ojos o la sensualidad de unos labios se pueden reforzar diluyendo el entorno con un desenfoque selectivo… y, para esto, la profundidad de campo es una gran aliada.

En fotografía macro, ¡por unos milímetros más de profundidad de campo, el fotógrafo “mataría”! En mi web ya hay un artículo explicando eso de la profundidad de campo.

El problema de la fotografía macro es que se trabaja con el sujeto muy cerca del foco del objetivo, prácticamente “metiendo el objeto en el objetivo”. La cuestión de profundidad de campo es un simple problema física y fisiología del ojo, nosotros, los humanos, no conseguimos “ver” cosas más pequeñas de unos 0,2 mm mientras que el foco es físicamente exacto (si no tuviéramos esta carencia de visión, todas las fotos tendrían un punto exacto de enfoque)

Esta zona de “duda” hace que apreciemos detalles en profundidad. En los paisajes que están muy lejos de objetivo “vemos detalle” tanto en primer plano como en el infinito. En los macros, donde el sujeto está muy cerca del objetivo es normal ver bien solo parte del escarabajo o de la flor o de lo que sea, el resto se ve desenfocado… y la mayoría de veces este desenfoque nos molesta.

Una solución para aumentar la profundidad de campo es cerrar el diafragma, algo se gana, pero el objetivo no tiene infinitos diafragmas y, además, a partir de un determinado cierre, lo que se mejora en profundidad de campo se pierde en dispersión de imagen, por la dispersión de la luz… ¡en toda la imagen enfocada! Esto es todo lo que se puede obtener de un buen objetivo macro, como el que compré con la Mamiya.

Otra solución está en recurrir a las técnicas de Scheimpflug, cosa que solo puede hacerse con una cámara de banco óptico o cámara técnica. Dado que la fotografía digital y el apilado de imágenes han dado mejor solución al aumento de la profundidad de campo, me abstendré de explicar las citadas técnicas, que por otra parte están más que publicadas en nuestro almacén de conocimientos, en San Google, los Dioses nos lo conserven.

Esta solución, si bien me resolvió la nitidez de mis macros de florecillas, me resultó extremadamente incómoda, en todos los sentidos. La cámara de banco o cámara técnica pesa varios kilos, es voluminosa como un par de cajas de zapatos y usa una película de 10×15 cm, espectacular en cuanto a calidad y definición, pero muy incómoda porque las fotos hay que cargarlas de una en una y, además, es una cámara lenta y complicada. Primero se pone una pantalla de enfoque y luego, quitándola, se sustituye por la película, todo ello sin mover la cámara, obligadamente sobre un buen trípode, más pesado que la cámara.

Entonces, dado que mi formación es técnica, que se mecanizar, se usar torno y fresadora, que tengo los conocimientos de taller de un Maestro industrial… y que tenía un amigo que me dejaba usar sus instalaciones (mi amigo Carlos Campins, los Dioses le hayan acogido), decidí compensar el dinero que no tenía con el tiempo que si me sobraba y mi capacidad de fabricarme una cámara de banco que conectara mi reciente objetivo Apo-Symmar con la Mamiya 645… En su momento la bauticé como la “BONET I”.

Pero, como acuñó Michael Ende en su “Historia Interminable”… Esa es otra historia que será contada en su momento

Técnicas en la fotografía de campo

Técnicas en la fotografía de campo

Técnicas para luchar contra el viento en la fotografía de campo, o de cómo inmovilizar al sujeto para poder tomar una foto, normalmente con el diafragma cerrado y a baja velocidad.

Como todas las actividades que en este mundo han sido, “todo tiene su qué”. Hacer fotos de natura implica aceptar pelearte con ella.

Mientras nos dediquemos al paisaje, hacer fotos dependerá de nuestro pulso o de lo estable que resulte nuestro trípode. Es cierto que hace aire y las hojas se mueven, pero en la foto no se aprecia.

El problema aparece al dedicarnos al macro… ¡y no digo nada del macro extremo! Pensad que si el encuadre es de una flor de, por ejemplo, 30 mm, con un estilizado pedúnculo de varios cm y el viento, incluso una delicada brisa, la mueve, fácilmente la flor oscilará 5 a 10 mm, pero es que, además, en las ráfagas se moverá rápido, compulsivamente, a veces temblando agitada. Lo de conseguir disparar el obturador en el momento que esté quieta o a una velocidad más rápida que sus oscilaciones es todo un reto.

Recordemos que en las tomas macro, estamos dispuestos a vender nuestra alma por poder cerrar un punto de diafragma “más” y que esto nos lleva a velocidades bajas (fácilmente a 1/15 de segundo)

Si, además, estamos en macro extremo, que estamos limitados por los problemas de difracción y profundidad de campo, la solución sabemos que es tomar distintos planos a distintas profundidades de imagen y apilarlos (ventajas de la foto digital, antes, con película, esto era ciencia ficción) Haceros a la idea de que el viento nos pase la flor de un lado a otro del fotograma… ¿cómo se apila esto luego?

Por eso, aparte de equipo fotográfico, siempre paseo estos artilugios. Básicamente un mini trípode y dos púas fáciles de clavar en la tierra (no siempre hay tierra, a veces es roca). En beneficio del “todos con todos”, estos tres soportes acaban en la rosca típica de máquina fotográfica, la de ¼”. Como soy “del oficio”, hace años que compré un juego de machos y una terraja y rosco a diestro y siniestro. Si no conocéis la técnica (que es bastante fácil y no muy cara) cualquier mecánico os pondrá roscas, macho y hembra, en casi cualquier sitio.

También paseo varios palmos de hilo de cobre y un par de trozos de hilo soldados a una tuerca de ¼” (en algunas ferreterías, cada vez menos, siguen vendiendo tornillería de ¼”, los pasos ingleses de antes del Sistema Métrico Decimal, que es de donde sale la rosca de cámara de fotos) Con esta tornillería y un poco de inventiva es fácil hacer artilugios para aguantar cámaras y accesorios.

Luego, en el mundo de la electrónica, encontré una joya para el caso, las antenas telescópicas de radio. Las hay bastante recias y tienen la ventaja de “estirarse” a la medida de la planta a fotografiar. Roscándolas en la base y soldándoles un trozo de hilo de cobre con una pinza de cocodrilo son fáciles de montar en el mini trípode o en una púa.

Con este “mecano”, una vez elegido el sujeto a fotografiar, se coloca un auténtico andamiaje de sujeción, por descontado que no salga en la foto, pero que inmovilice la flor o fruto contra los embates del viento.

Otro truco que uso, llevo la consabida rosca de cámara en el trípode y una mini rótula, esto me permite sujetar alguna de mis antenas telescópicas al mismísimo trípode donde está la cámara y dirigirla al brote que quiero fotigrafiar. Esto es especialmente interesante cuando el sujeto está en una rama alta (manejo un trípode de 1,80 m y los alambritos, a esta distancia, poco sujetan)

Pero, si os fijáis, siempre es lo mismo, roscas estándar de cámara, antenas de radio roscadas, trozos de hilo de cobre (fácil de manejar) y estas mini rótulas porque las antenas “no se doblan”.